El diccionario de la RAE define así las "ciencias ocultas": "prácticas y conocimientos misteriosos, como la magia, la alquimia, la astrología, etc., que, desde la antigüedad, pretenden penetrar y dominar los secretos de la naturaleza". Afinando más, se podría caracterizar la tradición de lo oculto como basada en tres supuestos: (1) La transmisión desde tiempos remotos de una sabiduría secreta solo accesible a unos pocos iniciados; (2) Las correspondencias entre distintas partes del universo (elementos, planetas, temperamentos, etc.), en el marco de una correspondencia fundamental entre macrocosmos y microcosmos; (3) La existencia de ciertos superpoderes latentes en el ser humano, que deberían desplegarse para conducirnos a una metamorfosis o transmutación espiritual. Los saberes ocultos han sobrevivido durante siglos en un entorno cultural hostil —dominado primero por la religión hegemónica y más tarde por el racionalismo y el positivismo— gracias a su capacidad de camuflaje e infiltración. Y es en las artes visuales donde las ideas y creencias esotéricas han encontrado el terreno ideal para sus mensajes cifrados: desde las alegorías herméticas del Renacimiento hasta las manifestaciones del arte de vanguardia del siglo XX.
En esta exposición (del 1 de julio al 24 de septiembre de 2024), que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y está comisariada por Guillermo Solana, se reúnen cincuenta y nueve obras de arte de las colecciones Thyssen-Bornemisza (incluyendo tanto la colección permanente del museo como la colección Carmen Thyssen) en las que hemos detectado rastros de lo oculto que pueden documentarse. La tradición esotérica nos ofrece una serie de códigos para descifrar sentidos escondidos. Su valor consiste en revelarnos detalles y aspectos de las obras de arte que han pasado inadvertidos y proponernos nuevas lecturas heterodoxas. Siguiendo el repertorio de las principales disciplinas y corrientes incluidas en la tradición de lo oculto, la exposición se divide en siete secciones:
1. Alquimia: La alquimia fue cultivada en distintas civilizaciones, como China, la India y el mundo islámico.
Los orígenes de su versión occidental se remontan al antiguo Egipto helenístico. Pensamos en el
alquimista como alguien encerrado en su laboratorio
para lograr la transmutación de los metales en oro o el
elixir de la inmortalidad. Sin embargo, esa alquimia
exotérica podía ser solo la metáfora de una búsqueda
espiritual más elevada y secreta. Perseguida en muchas
épocas, la alquimia se ocultó envolviéndose en un oscuro
lenguaje simbólico.
En la pintura del Renacimiento fueron frecuentes las
alusiones alquímicas. Aquí presentamos ejemplos de la
Escuela de Ferrara, en la segunda mitad del siglo XV. Las
rocas fantásticas de los paisajes de artistas como Marco
Zoppo, Cosmè Tura y Francesco del Cossa pueden aludir
a explotaciones mineras, vinculadas en la época a las
investigaciones alquímicas.
La alquimia entró en declive con la revolución científica, pero su simbolismo persistió en el arte
y reaparece con fuerza en el siglo XX, especialmente con el surrealismo. Lo vemos en Árbol
solitario, árboles conyugales (1940), de Max Ernst, donde los dos cipreses recostados uno sobre
otro, a la izquierda, evocan la imagen de las bodas químicas, una etapa fundamental en el
proceso de la alquimia que consiste en la combinación del mercurio (femenino) y el azufre
(masculino).
2. Astrología: La astrología se basa en la observación e interpretación de los
movimientos y posiciones de los astros para predecir el
carácter y el destino de las personas. Enraizada en la
concepción de la Tierra como centro del universo y desplazada
por la nueva física de Galileo fuera de los límites de la ciencia,
la astrología siguió suscitando interés y dejando huellas en el
arte. Una hoja con signos del zodiaco en una tabla religiosa del
siglo XV (El evangelista san Marcos, de Gabriel Mälesskircher),
una carta astral en un retrato del XVI (Retrato de Matthäus
Schwarz, de Christoph Amberger), o el mito del nacimiento de
las constelaciones en dos obras del XVII (Baco y Ariadna y
Neptuno y Anfitrite, de Sebastiano Ricci) son algunos de los
ejemplos reunidos en esta sección.
El simbolismo de la luna y el influjo de sus ciclos han sido
también fuente de inspiración para pintores de todas las
épocas, quedando reflejado en su obra, desde el Cristo
resucitado (h. 1490) de Bramantino hasta Calle de Nueva York
con luna (1925) de Georgia O’Keeffe. Del mismo modo, las
estrellas y sus figuras virtuales llamaron la atención de artistas del siglo XX como Joan Miró, que
las incluiría en muchas de sus pinturas, entre ellas, El pájaro relámpago cegado por el fuego de
la luna (1955) y Campesino catalán con guitarra (1924), o Joseph Cornell, interesado desde edad
temprana en la observación del cielo y las constelaciones.
3. Demonología: La fascinación por las variedades de lo demoníaco
recorre toda la historia de la iconografía cristiana,
alimentada por los Evangelios canónicos y apócrifos
y por otras fuentes, como los textos de los Padres de
la Iglesia o la Leyenda Dorada. Esta sección está
habitada por diversas personificaciones del diablo
que demuestran su versatilidad para transformarse
en diferentes cuerpos y objetos.
Por un lado, hay demonios fácilmente reconocibles
por su aspecto, como las criaturas que atormentan a
San Jerónimo en la obra de Jan Wellens de Cock, que
aún guardan la forma híbrida tardomedieval, o las
que aparecen en San Miguel expulsando a Lucifer y a
los ángeles rebeldes (h. 1622), del taller de Rubens,
donde Lucifer adopta una imagen más humanizada, heredada de los faunos y sátiros de la
mitología clásica.
Además de los demonios etiquetados como tales, hay una plétora de rostros grotescos, indicios
de "mal de ojo" y otras presencias inquietantes que encarnan las asechanzas del Maligno, como
las que encontramos en Jesús entre los doctores (1506) de Durero y en La ninfa de la fuente (h.
1530-1534) de Lucas Cranach. Ya a comienzos del siglo XX, George Grosz presenta en Metrópolis
una versión renovada del infierno; un apocalipsis urbano en el que se distinguen cadáveres y
esqueletos endemoniados entre la multitud.
4. Espiritismo: El ocultismo renació en el siglo XIX en Estados Unidos bajo la forma de una obsesión por la
comunicación con los espíritus de los muertos. Las sesiones espiritistas o sèances, normalmente
guiadas por médiums que transmitían los mensajes del Más Allá, cobraron gran popularidad
entre los artistas del fin-de-siècle.
Uno de los pintores que frecuentó estas sesiones
fue Edvard Munch, ligado al espiritismo desde edad
temprana. En 1902 comenzó a experimentar con
recursos de la fotografía espiritista, como la doble
exposición, que servían para emular la captura de
fantasmas. En su pintura Atardecer (1888) se
aprecia, en el centro de la composición, la figura
borrada de su hermana Inger, que recuerda a los
entes transparentes de esas fotografías.
La merienda campestre (1907) de Willard L.
Metcalf, Pantanos en Rhode Island (1866) de Martin
Johnson Heade, Noche con luna (1888) de John
Atkinson Grimshaw o El viaducto (1963) de Paul
Delvaux son algunos de los paisajes y escenas reunidos en esta sala que evocan la atmósfera de
las sesiones espiritistas.
5. Teosofía: En 1875, la ucraniana Helena Blavatsky y el norteamericano
Henry S. Olcott fundaron en Nueva York la Sociedad
Teosófica, creando un sistema que combinaba elementos
de la filosofía neoplatónica, la tradición hermética y las
religiones orientales (principalmente el hinduismo y el
budismo). A comienzos del siglo XX, la teosofía y su
posterior escisión, la antroposofía, tuvieron un importante
impacto en los pioneros del arte abstracto como Kandinsky,
Kupka, Mondrian o Giacomo Balla.
La práctica del espiritismo condujo a Kupka al estudio de la
teosofía a través de los escritos de sus fundadores,
combinando sus creencias ocultistas con su activismo
político anarquista. En Localización de móviles gráficos I
(1912-1913) todos los elementos convergen en un único punto, simbolizando la marcha de la
humanidad hacia el futuro en un vasto espacio cósmico.
También Kandinsky, hacia 1908, estudió en profundidad el ocultismo moderno y especialmente
la teosofía, tomando prestada su noción de las emociones y pensamientos como vibraciones del
alma y su visualización como formas y colores. Y Piet Mondrian, que se adhirió en 1909 a la
Sociedad Teosófica y mantuvo siempre la fe en sus ideas: "Creo que el neoplasticismo es el arte
del futuro previsible para todos los verdaderos antroposifistas y teosofistas. El neoplasticismo
crea armonía mediante la equivalencia de los dos extremos: lo universal y lo individual". Lo
ilustran en la sala obras como Pintura con tres manchas nº 196 de Kandinsky o Composición de
colores / Composición nº I con rojo y azul (1931) de Mondrian.
6. Chamanismo: Durante las vanguardias de comienzos del siglo XX, muchos artistas dirigieron su mirada hacia
las culturas tribales y se dejaron seducir por el chamanismo, un conjunto de creencias y prácticas
religiosas presente en diversas sociedades indígenas, especialmente de Asia y América. El
chamán es un mediador espiritual y sanador que, con sus poderes adivinatorios procedentes de
la naturaleza, enlaza el mundo de los vivos con el de los muertos.
Algunas obras presentes en esta sección muestran elementos que
aluden a atributos y características de la figura chamánica, entre ellas,
Estudio para la cabeza de "Desnudo con paños" (1907), de Pablo
Picasso, con un rostro que recuerda a las máscaras sagradas africanas,
y En el óvalo claro (1925), de Kandinsky, con formas que evocan el
tambor mágico del chamán, cuyos sonidos inducen el estado de
trance y la comunicación con los espíritus.
El chamán se vincula con frecuencia, en sus rituales, a algunos
animales - un ave, un oso, un coyote… -, llegando a adquirir en
ocasiones su apariencia. El gallo es uno de los más recurrentes y
cargados de simbología entre los muchos animales que aparecen
representados en los cuadros de Marc Chagall, adoptando distintos
significados, como el de guardián protector en El gallo, de 1928.
7. Sueños, oráculos y premoniciones: Los surrealistas se apasionaron por los saberes del
ocultismo y por algunas de sus prácticas, desde los estados
de trance a la escritura automática. Entre sus obsesiones
estaban la interpretación onírica y fenómenos como las
premoniciones espontáneas, las coincidencias significativas
y los sueños proféticos, que aluden al poder de la mente
para escapar de los límites del espacio y el tiempo.
La interpretación de los sueños de Sigmund Freud fue uno
de los pilares para la concepción del método paranoico crítico de Salvador Dalí. En Sueño causado por el vuelo de
una abeja alrededor de una granada un segundo antes del
despertar, el zumbido de una abeja le provoca a Gala un
incipiente sueño que parece convertirse en una
premonición, el pinchazo de la abeja que despertará a la
durmiente.
Junto a las de los surrealistas Dalí, Ernst, Tanguy y Delvaux,
en esta sección se presentan pinturas de artistas no
adscritos a este movimiento que también abordaron estas
preocupaciones. El carácter premonitorio se hace especialmente relevante en lienzos como
Retrato del Dr. Haustein (1928), de Christian Schad, y Retrato de George Dyer en un espejo
(1968), de Francis Bacon, que anuncian un acontecimiento trágico y otorgan un aura inquietante
a los personajes retratados.
NOTAS:
© "LO OCULTO EN LAS COLECCIONES THYSSEN-BORNEMISZA".
Textos del post: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Prensa).
Las fotografías de este post han sido cedidas a "No soy digno de tu amor" por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Prensa). Se utilizarán exclusivamente para ilustrar este post que tiene el objetivo de informar sobre la exposición y ayudar en su difusión.
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